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La soga al cuello

Interludio

“No es fácil opinar contra los propios intereses.” Jaime Balmes. Pensamientos.

Los partidos políticos llegan al  poder y sin el menor recato se coaligan para ejercer el presupuesto, porque esa es la ley. No hay ninguna otra razón o motivación ideológica, moral o ética. Esa asociación delictuosa, (a veces incestuosa) ha llevado a la población al hartazgo, cosa que sin embargo, no ha logrado desalentar la participación ciudadana, al final, la justificación de los votantes que “organizan”, participan y legitiman los procesos electorales siempre será que: todos roban, y la corrupción nunca se va acabar.

Siempre habrá ciudadanos responsables que se indignen, o se encabronan ante el abuso de poder, no todos se han postrado ante la investidura menos insigne con el objetivo primordial de obtener algún privilegio. Sin embargo, Las prebendas son algo que el mexicano promedio adora; brincar el lugar en la fila; recibir doble ración de algún programa social; exentar el pago que los demás están obligados a realizar.

La sonrisa de satisfacción, el gesto de superioridad y la autosuficiencia al salir de la oficina burocrática no tiene precio. Dejar atrás al grupo de inferiores que tendrán que tolerar el desprecio de la miseria humana que administra el poder. Todos, desde el policía que cuida la entrada, hasta el “licenciado” que llega tarde saludando secretarias, o el burócrata de medio pelo que “es él que le sabe” y hace la mitad del trabajo de todos, forman parte de una inmensa cadena de complicidades que administran el estado.

Existe en México un mecanismo que con el paso del tiempo ha llegado a profesionalizarse, la corrupción en nuestro país tiene la certificación ISO – 9002. Porque a la hora de robar, si existe una coordinación envidiable entre los “tres niveles de gobierno” como pomposamente se ufanan en los discursos los alcaldes y gobernadores.

“Hay que hacer sinergia para lograr la transversalidad de las políticas públicas” -me dijo- el pusilánime bellaco qué pasa sus días oliendo las flatulencias del diputado y respondiendo el teléfono celular desde donde administra las redes sociales de quién paga su salario. “El diputado me tiene mucha confianza, porque sabe que nunca le he fallado” -continuó el parloteador con su perorata- “si las cosas fueran fáciles, cualquiera las haría”. Triste vida la del perro faldero.

De toda esa estirpe que sobreviven como rémoras, la peor parte son los que necesitan refrendar su posición de mediana categoría ufanándose de su condición de preeminencia, entre más presume un subordinado su cercanía con el jefe, indica la ausencia de un contrato permanente. Si después de tres periodos legislativos tu mecenas no te ha conseguido una base en el gobierno, seguro te ha de odiar o no te respeta. Amiga date cuenta -como dicen las jóvenes de ahora.

El avasallamiento de los procesos que los ciudadanos inexpertos deben aprender para solventar su condición de ciudadanos responsables es infranqueable, todos terminan buscando ayuda para encontrar la lógica de cualquier trámite, al final pagan para que alguien les explique (o resuelva) el galimatías que implica la más mínima diligencia. El “coyotaje” abunda en cualquier oficina del servicio público y en ese submundo existe una economía secundaria, incluso hay cadena de mando y rangos de autoridad que respetar, territorios, subdivisiones y obviamente, tarifas.

De las pocas verdades que dijo en su periodo de gobierno el ex presidente Enrique Peña Nieto fue que la corrupción era inherente al mexicano, incluso, cuando intentó corregir fue más allá de la verdad y aclaró que más bien, estaba en la naturaleza del pueblo de México. Posiblemente nunca sepamos si la “gallina o el huevo” y tampoco si los mexicanos ya eran corruptos desde antes de que hubiera un gobierno.

Se habla de un faltante de “espejitos” en la primera transacción por oro con los españoles que venían en misión comercial por allá del siglo XVI. Nunca se aclaró, ya no hubo tiempo de revisar los resultados de la auditoría que ordenó el emperador Moctezuma Xocoyotzin. Como quiera sabemos que si no hubieran sido sometidos (nuestros ancestros) a colaborar voluntariamente para la corona española, de cualquier forma no se habría encontrado al responsable del desfalco, lo más probable habría sido que nombrasen un comité para investigar el procedimiento de enajenación de los bienes del estado – nación mexica, y al final, después de una extensa investigación y un concienzudo análisis, concluirían que no había causa que perseguir y darían carpetazo al asunto.

“En febrero son las inscripciones” rezaba el cliché que la propaganda del estado utilizaba para alentar a los padres a poner atención en la educación de sus hijos. Ya no hay mochilas, ni madres acarreando lonches a la hora del recreo, se acabó el barullo de las escuelas, los pequeños comerciantes en la puerta, estorbando el tráfico peatonal y causando el caos vial, ya no hay clases y posiblemente lo que resta del año tampoco volverán, la pandemia, el encierro, el agobio y la soledad amenazan a la juventud mexicana, ya nadie quiere salir de su casa, algunos, ni de su cuarto. Esto es terrible para un pueblo que sólo conocía una forma de manifestar su inconformidad, salir a la calle.

Las modalidades que los políticos están diseñando para conocer el sentir (o disentir) de los ciudadanos afectarán (o infectarán) las formas de organización cívica. Para mantener la ilusión de que aún hay un país que defender estoicamente de la casta maldita que lo tiene secuestrado, es necesario que los mexicanos restablezcan la confianza en el poder de las turbas, solamente rompiendo el silencio los políticos sabrán que los mitos pandémicos derivados de la ignorancia y la falta de información ya no tienen efecto como mecanismo de control social. Sea pues Fuente Ovejuna, deja la modorra y sal de tu letargo, que aunque el trayecto es penoso y largo, nadie por casualidad sale del marasmo

Trituradora la Concha

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