Por: El Primo Feliciano
Dicen que las promesas en política tienen fecha de caducidad, y en Santa María del Río parece que esa fecha ya expiró hace rato. Desde hace más de un año, los habitantes del municipio escuchan hablar de una supuesta “magia” que vendría a transformar su entorno, de proyectos que pondrían al Pueblo Mágico en los reflectores del turismo, del desarrollo y de la prosperidad. Pero lo cierto es que la magia, si alguna vez existió, se evaporó en el aire caliente de los discursos oficiales. Las calles siguen igual o peor; las obras públicas brillan por su ausencia; los compromisos anunciados en conferencias y boletines quedaron en palabras. Y lo más preocupante no es solo la falta de resultados visibles, sino la creciente sensación de que la administración de Isis Díaz se ha extraviado entre promesas incumplidas, conflictos legales y una gestión que parece más ocupada en sobrevivir políticamente que en gobernar con resultados. Porque sí, la alcaldesa enfrenta algo más que el desencanto ciudadano: sobre su escritorio hay un problema que ya huele a escándalo. Resulta que un juez ha ordenado el pago de un laudo laboral cercano al millón de pesos, derivado de irregularidades heredadas —y toleradas— por administraciones anteriores y la actual. El mandato judicial es claro: o se paga o la presidenta municipal deberá ser separada del cargo. Claro está que nadie en Santa María del Río cree que Isis Díaz vaya a dejar el puesto. No porque tenga el respaldo popular (que, a decir verdad, se ha ido desmoronando), sino porque la costumbre política dicta que, cuando el agua sube de nivel, se busca una “negociación”. Y ahí es donde entramos a la parte tragicómica del asunto: la alcaldesa podría terminar regateando con la parte demandante, cual marchante en el mercado, para ver si logra una “rebajita” que le evite el costo político y financiero de cumplir la ley. Lo triste es que ese tipo de prácticas reflejan el tono general de la administración: la improvisación como método, el corto plazo como horizonte y la simulación como discurso. No hay planeación, no hay rumbo claro, y lo poco que se intenta parece más orientado a la foto que al beneficio real de los ciudadanos. Y si el problema fuera únicamente la ineficiencia, quizá habría esperanza de mejora con asesoría técnica o voluntad de cambio. Pero hay algo más grave: el nepotismo. En Santa María del Río, el ayuntamiento parece funcionar con un aire de empresa familiar. Parientes, amigos y cercanos ocupan puestos estratégicos, como si el servicio público fuera un botín doméstico y no una responsabilidad institucional. Al parecer, nadie le ha recordado a la alcaldesa que el nepotismo también es una forma de corrupción, y que tarde o temprano, esas prácticas terminan erosionando cualquier legitimidad política. Por si fuera poco, trascendió que algunos “reporteros” —o aspirantes a serlo— se han acercado a la presidenta municipal ofreciendo tratamiento amable en los medios a cambio de ciertos “favores”. En honor a la verdad, se dice que Isis Díaz rechazó esas propuestas, lo cual habla bien de ella en ese aspecto. Pero esa misma firmeza que muestra ante los oportunistas de la prensa debería aplicarla también dentro de su administración, porque los errores no están afuera: están en casa.
El pueblo observa, y el desgaste ya se nota. Las reuniones vecinales se llenan de reclamos, las redes sociales hierven de inconformidad y los comentarios en la plaza principal suenan a decepción. “Nos prometieron mucho y no han hecho nada”, dicen los habitantes, cansados de ver pasar los meses sin una sola obra que justifique los anuncios de modernización o de impulso al turismo.
A estas alturas, a Isis Díaz solo le queda recomponer el rumbo, si es que todavía hay margen. Necesita resultados concretos, acciones visibles y decisiones firmes que devuelvan confianza. De lo contrario, terminará convertida en otro nombre más de esa larga lista de autoridades que confundieron la administración pública con una pasarela de promesas vacías.












