Ciudad Maderas

El Rapacejo

San Luis Capital

Por: El Primo Feliciano

Pues vamos a ver qué tal les va con el dispositivo “Barredora”, que desde el lunes pasado fue implementado por las autoridades competentes en Santa María del Río. En teoría, la medida suena excelente: liberar las calles de esos objetos mostrencos que algunos comerciantes colocan frente a sus negocios para “apartar lugar”, como si la vía pública fuera una extensión más de su propiedad. Y es que basta caminar por el centro para notar cómo cajas, botes, sillas viejas y hasta llantas usadas sirven de improvisados “guardias” del espacio. Todo con tal de que nadie, absolutamente nadie, ose estacionarse frente a sus establecimientos. Lo que para el comerciante puede parecer un acto de “protección” a su clientela, para el resto de la ciudadanía —y especialmente para el turismo— se convierte en una molestia cotidiana que da mala imagen al municipio. Porque hay que decirlo: Santa María del Río vive, en buena parte, del turismo. Los visitantes que llegan a admirar el rebozo, a comer en sus fondas o a pasear por sus calles coloniales, merecen una cabecera limpia, ordenada y accesible. Sin embargo, ese orden es imposible cuando el sentido de lo público se distorsiona, y cada uno se apropia del espacio común con el argumento del “yo aquí trabajo”.

Lo más triste del asunto es que, según se observó, apenas unas horas después del operativo, los comerciantes ya habían vuelto a colocar sus “nuevos estorbos”. Pero ahora fueron más listos: pusieron cosas sin valor, inservibles, cajas vacías, cubetas rotas… por si las autoridades regresaban a recogerlas, pues, total, no perderían nada. Una especie de juego del gato y el ratón en el que, como suele pasar, pierde el orden y gana la costumbre. La “Barredora”, si realmente quiere cumplir su propósito, no puede quedarse en una acción aislada. Requiere constancia, sanciones claras y, sobre todo, educación cívica. Porque el problema no es la caja o la silla, sino la mentalidad de apropiarse del espacio público. Mientras esa idea persista, cualquier esfuerzo será momentáneo y cualquier operativo, efímero. El reto, entonces, no está solo en barrer los estorbos, sino en barrer las viejas prácticas que hacen que la convivencia urbana sea más complicada de lo que debería. Y eso, lamentablemente, no se logra con una camioneta y un megáfono, sino con cultura, conciencia y un poco de respeto por lo que es de todos. La ciudadanía pide que, así como por fin se actuó contra quienes se adueñan de las calles para apartar lugares con botes, cajas o llantas viejas, también se ponga orden en el estacionamiento de motocicletas en el primer cuadro de Santa María del Río. Y es que basta dar una vuelta por los principales jardines para notar el verdadero desorden que representan: decenas de motos estacionadas todo el día, ocupando buena parte de los cajones disponibles. No se trata de satanizar a quienes usan este medio de transporte —que, por cierto, es práctico y económico—, sino de reconocer el problema real: las motocicletas, al multiplicarse y permanecer por horas en un mismo punto, acaparan hasta el 70% de los espacios destinados a vehículos. Resultado: los visitantes y turistas, que llegan con la intención de consumir y dejar derrama económica, no encuentran dónde estacionar sus autos y terminan recurriendo a espacios privados o, peor aún, marchándose. La solución parece tan sencilla como lógica: habilitar un área exclusiva para motocicletas en el estacionamiento municipal, donde no causen congestión ni obstruyan el paso. Sin embargo, como ocurre con muchas medidas de orden público, lo que falta es voluntad, constancia y vigilancia. Santa María del Río no puede aspirar a consolidarse como un Pueblo Mágico atractivo si el centro histórico sigue convertido en un caos vial, dominado por el desorden y la falta de regulación. Ordenar el espacio no es un castigo: es un acto de respeto hacia la ciudadanía, el turismo y la imagen del propio municipio.

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