El momento que vivía nuestro país después de la Guerra de Reforma era delicado, complicado y en franca bancarrota, obligando al gobierno del Presidente Juárez a decretar en julio de 1861, la suspensión temporal de pagos de la deuda extranjera con Inglaterra, Francia y España, lo que provocó molestias y enojos de los gobiernos, por lo que de inmediato comenzaron a organizarse para invadir el territorio y cobrar de alguna manera.
Invitaron también a Estados Unidos para que se uniera, pero aún seguía inmerso en la Guerra Civil lo que lo hizo declinar la propuesta, por lo que Francia ayudada por los grupos inconformes de ciudadanos mexicanos con el gobierno establecido, que soñaban con establecer una monarquía que, según ellos, traería paz y prosperidad, aprovecharon la oportunidad y se prepararon para invadir a México sobre todo que el ejército francés era considerado como “los primeros soldados del mundo”.
Es así que el 17 de diciembre de 1861 llegaron al puerto de Veracruz los barcos españoles que tomaban parte en el cobro tripartita, y el 7 de enero de 1862, llegaron los buques ingleses y franceses dispuestos a la invasión del territorio; sin embargo esta acción era a todas luces ilegal debido a que violaba los acuerdos y tratados que en materia diplomática se tenían firmados, es el general Prim comandante de las fuerzas españolas quien emplaza al gobierno mexicano con las demandas de su gobierno y es el Lic. Manuel Doblado Ministro de Relaciones quien le contesta que México solo aceptaría reclamaciones justas y gracias a sus habilidades diplomáticas se firma el Tratado de la Soledad.
Por lo que los gobiernos de España e Inglaterra aceptan como justas y razonables las proposiciones del gobierno mexicano retirándose, no así el francés que procedió a desembarcar para iniciar la invasión al mando del general Lorencez, que tenía tal confianza que escribió en una carta que dirigió al Ministro de Guerra en Francia, “Nosotros tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, de organización, de disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que os aseguro, excelencia, que podeís decir al emperador que, manteniéndome a la cabeza de mis seis mil soldados, yo seré el amo de México”.
Al frente del ejército destinado a impedir el avance de los franceses, el Gobierno designó al General Ignacio Zaragoza Seguin, quien se había desempeñado de manera brillante durante la guerra de Reforma, por lo que el presidente Juárez lo nombró Ministro de Guerra de abril a diciembre de 1861, cargo al que renunció para estar al frente del ejército que combatiría a los invasores, es en Acultzingo en la llamada Batalla de las Cumbres el 28 de abril de 1862, cuando Zaragoza al enfrentarlos obligado a retroceder, comprendió la posición defensiva y favorable que representaba la ciudad de Puebla por ser el paso obligado para el ejército francés camino al corazón del país, México.
Al amanecer del 5 de mayo de 1862, el Gral. Ignacio Zaragoza arenga a sus soldados: “Nuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria”. Comienza la batalla ordena a Miguel Negrete dirigir la defensa por la izquierda, a Felipe Berriozábal por la derecha y a Porfirio Díaz que esté con él, tras varias horas de lucha, la batalla no se decide, se enfrentan cuerpo a cuerpo mexicanos y franceses. Finalmente, los invasores se retiran mientras Zaragoza grita: “Tras ellos, a perseguirlos, el triunfo es nuestro”.