Por: Martín Hernández Solano
Con el reciente estreno de Moana 2, una opinión un tanto popular empieza a sonar entre los que amamos el cine: ¿Había necesidad de una secuela? Realmente no, pero es una práctica muy común en la industria desde tiempos inmemoriales, junto con su mayor problema de supuesta “falta de originalidad en Hollywood”, de la que la gente se queja desde hace tiempo. Pero, ¿realmente esto es cierto? ¿Existe una latente falta de originalidad en la industria americana del séptimo arte? Parece ser que sí, pero ahondaremos para descubrir si esto es verdad o no.
Desde que se tiene registro, de lo más antiguo del cine, se han realizado adaptaciones literarias, remakes, reboots y todo aquello que se cree original, pero no siempre lo es. Las obras se nutren de muchas otras; la originalidad no existe. Citando las palabras de Jim Jarmusch: “Nada es original. Roba de todos los lugares que resuenen a inspiración o potencien tu imaginación. Devora viejas películas, nuevas películas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones casuales, arquitectura, puentes, letreros callejeros, árboles, nubes, cuerpos de agua, luz y sombras. Selecciona sólo aquellas cosas que le hablen directamente a tu alma. Si así lo hicieras, tus trabajos (y robos) serán auténticos. La autenticidad es invaluable; la originalidad es inexistente. Y no te preocupes en ocultar tu celebración del hurto, si así lo deseas. En todo caso, siempre recuerda lo que Jean-Luc Godard dijo: ‘Lo importante no es de dónde tomas las cosas, sino hacia dónde las llevas’. Así que no, Hollywood nunca ha sido del todo original, y eso está bien”.
La falta de originalidad es un tema tabú, ya que mucho se critica si parece “carecer de autenticidad”, pero es justo este el dilema paradójico del cine y todas las artes. Como ya lo expliqué, este no parece ser el problema, sino el planteamiento de la sobreexplotación en la industria y el hartazgo de las IP y secuelas que no siempre resultan necesarias.
Los comentarios planteados al inicio sobre las quejas de la comunidad se refieren más bien a que, cada año, las películas más taquilleras o las que el público general tiene más acceso son IPs ya conocidas o secuelas de películas de hace años. Esto solo denota la necesidad de la industria de ganar dinero fácil, anteponiendo lo monetario a lo artístico, necesario para recuperar la industria después de una caída como la del COVID. Sin embargo, son películas tan descaradas que, genuinamente, llegan a ser malas y terminan cansando al público, lo que origina este supuesto malestar.
El que una película sea buena, mala o mediocre depende del individuo que la vea. El problema es que esto, poco a poco, empieza a dañar a la industria, haciendo que el público, ya en comunidad, busque otras alternativas, otro cine para ver. Si tan solo fuera cierto, ya que producciones actuales como Wicked, Gladiador II y muchas otras IP siguen inyectando dinero a la industria. Aunque no es imposible que lo que parece original se cuele en este top, como la película La Sustancia, que ha llegado a un público no acostumbrado a este tipo de cine, generando una nueva formación de público que puede ir más allá de solo el cine de superhéroes o de otro tipo.
La industria clama por un cambio, que no necesariamente puede ser tan desastroso como lo que se vivió durante la pandemia. Aunque se quiera vender la idea de que la industria está en peligro, realmente nunca lo estará, ya que siempre va a ganar. A pesar de las quejas, el dinero sigue entrando. Esta justificación de falta de originalidad es una falacia, ya que nada es original. Más bien, el problema puede ser la explotación de estos géneros, que, como es natural en la historia del cine, pasan de moda. Parece que el público pide un cambio, algo más propositivo, algo más, algo que el cine necesita para sentirse nuevamente como cine y no como una empresa.