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La soga al cuello.

La lengua es un sistema de signos que expresan ideas y, por esa razón, es comparable con la escritura, el alfabeto de los sordomudos, los ritos simbólicos, los ritos de cortesía, las señales militares. Simplemente, es el más importante de dichos sistemas.

Ferdinand de Saussure

La soteriología es dentro de la teología, el principio filosófico neurálgico de toda religión, estudia la salvación, todo individuo busca una opción, algo que transforme el mundo a su alrededor. Modificar el arquetipo de pensamiento es tarea de titanes, sí está muy arraigada la conducta, la posibilidad de transformar los mecanismos de transición entre los seres humanos y las especies vegetales y animales se agota inmediatamente. 

El país vive un proceso de adaptación al peculiar estilo de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador, todos se esmeran por reafirmar o demeritar la veracidad del discurso político, el avieso líder político se procura para sí mismo la concepción, dilación, ejecución y definición de los símbolos esenciales de lo que él llama “cuarta transformación. Es menester considerar que la significación de la etapa histórica que pretende inaugurar no es producto de la conjunción de ideas de intelectuales receptivos al pensamiento colectivo. El ciudadano que se advierte agraviado por el orden político predominante no participa activamente, nunca lo ha sido en la historia de México, los grupos beligerantes en disputa, se apropian de las causas y provocan la reacción colectiva a partir de un sinnúmero de pruebas y error. Ya en el poder, los movimientos fundacionales del pensamiento político son simbólicos y prescinden de la participación de las masas, a menos claro está, en su virtud decorativa para justificar el ritualismo de los eventos, que quedarán como constancia gráfica de los sucesos que dieron origen al cambio.

El presidente exige para sí y su actuar el dogma de fe como un tributo, la democracia no existe en tiempos ajenos a los establecidos para la lid electoral, así se puede repetir de forma casi inalterable el ciclo maldito de tres y seis años, los ciudadanos podrán refrendar su confianza de entre la precaria oferta política si están contra el régimen o con él. El país está dividido entre los que creen y los que se oponen al reordenamiento del statu quo, los privilegios no se agotan, simplemente cambian de beneficiarios.

El “andresismo” permea aprovechando las nuevas tecnologías de comunicación, es muy bueno definiendo a “los otros”, porque si existen ellos, también hay un “nosotros”, los buenos, los que no son así cómo eran “aquellos”, los que se fueron y ya no están. Los neoliberales, ahora transformados en el agente particular del imperialismo rapaz que disfruta haciendo miserables a los pobres, los demonios que fueron expulsados pero amenazan el proyecto salvador, siempre están ahí, acechando para beneficio del discurso político del régimen. 

El salvador se sacrifica, se somete a la flagelación constante y pública, asume para sí mismo el reto mayúsculo de convencer y reducir a los enemigos a un mero grupo testimonial, como recuerdo simbólico de que un día podríamos estar igual o peor si bajamos la guardia, y caemos nuevamente bajo la esfera de la codicia del mal. México aún no está a salvo, solo se ha despojado del yugo, pero sus enemigos aún gozan de cabal salud.

La semiótica elemental del progresismo rampante de la cuarta transformación de México han demostrado ser muy eficaz gracias a sus detractores, la indolencia de los que se asisten para denostar al presidente sería fatal, pero han elegido sostener al régimen ejerciendo presión en las llamadas redes sociales. Con una pobre argumentación, casi tan falsa como el improvisado discurso oficial, los signos del momento histórico se modifican para dar pie a una nueva representación totémica de la democracia.

El presidente como un Atlas que soporta sobre su espalda los pecados de todos, el mártir avasallante que recorre los rincones más alejados de su señorío, predicando la palabra desde el estribo de su moderna diligencia. Es bien sabida la fascinación del presidente por la figura de Benito Juárez García, el ex presidente de México que sentó las bases del sometimiento a la nación vecina que en el siglo XIX ya presentaba los atisbos del proyecto imperialista que triunfaría después de las grandes guerras.

La petulancia de las palabras presidenciales nos muestran el abismal espacio que se cuenta entre el discurso histórico y el pragmatismo del proyecto de la llamada “4T”, ese simplismo barato no debe subestimarse, por el contrario, la semiológica alteración del proceso económico descompone los símbolos del neoliberalismo y acelera el proceso del advenimiento de un imperialismo arrogante. Los símbolos están en contienda y sobreviven los que sean más adaptables a la nueva generación de ciudadanos participativos y activos. El establecimiento de una base de códigos para la interpretación de los símbolos requiere necesariamente de un proceso que florecerá espontáneamente dando pie a una nueva clase política que a su vez influirá en nuevos modelos de participación colectiva.

El estado se reserva el uso de la violencia física y simbólica, es difícil establecer los límites entre el progresivo crecimiento de la fuerza del discurso como mecanismo coercitivo para restablecer el dominio del estado, la disciplina permite evaluar y difundir los códigos de comportamiento para que los símbolos, puedan constituirse como la línea conductiva de la nueva fe. La democracia como un ideal inalcanzable pero añorable e insustituible. El mesías salvador, como actor primordial de los eventos históricos que dieron origen a la nueva nación Morena de América. Que así sea.

@gandhiantipatro

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