Bajo un tibio sol de primavera, el mundo entero despidió este sábado al papa Francisco, en una jornada impregnada de lágrimas, plegarias y una profunda gratitud que se extendió más allá de las fronteras religiosas. La capital italiana fue testigo de un acontecimiento histórico que conmovió a creyentes y no creyentes por igual, en honor a quien durante más de una década fue un símbolo de humildad, compasión y esperanza para millones.
El Pontífice fue inhumado en la basílica de Santa María la Mayor de Roma, en una ceremonia íntima y serena, acorde al espíritu sencillo que siempre definió su vida y su pontificado. Francisco había solicitado personalmente un rito alejado del boato y centrado en la oración, en el amor por los pobres y en la fraternidad universal que tanto predicó. La decisión de descansar en esta basílica, y no en San Pedro, simbolizó su permanente cercanía al pueblo y su deseo de ser recordado no como una figura lejana, sino como un pastor entre su rebaño.
El féretro, sencillo y solemne, recorrió por última vez las históricas calles de Roma a bordo del papamóvil. El cortejo avanzó lentamente frente a monumentos milenarios como el Coliseo, los Foros Imperiales y el Arco de Constantino, escenarios eternos de la historia humana. Alrededor de 400,000 fieles acompañaron el tránsito, entre sollozos, rezos y cánticos. Las campanas de todas las iglesias repicaron al unísono, mientras que, por momentos, un silencio absoluto cubrió la ciudad como un manto de respeto y amor.
La tumba de Francisco, tallada en mármol claro proveniente del norte de Italia —la región de donde era originaria su familia—, lleva inscrito simplemente “Franciscus”, tal como él mismo lo pidió: sin títulos, sin honores grandilocuentes, solo el testimonio silencioso de quien dedicó su vida a los olvidados. La sepultura ocupa una antigua capilla que anteriormente resguardaba candelabros votivos, ahora transformada en un santuario de memoria viva para aquellos que quieran rendirle homenaje.
Durante la misa funeral, celebrada en la basílica de San Pedro, el cardenal Giovanni Battista Re, visiblemente conmovido, recordó entre lágrimas los innumerables esfuerzos de Francisco en defensa de los migrantes, de los pobres, de los perseguidos y de la paz mundial. Cuando el cardenal evocó los llamados incansables del Papa para poner fin a las guerras —especialmente en Ucrania y en Medio Oriente—, estallaron espontáneos aplausos entre los presentes, como un eco eterno de su voz que nunca dejó de clamar por la justicia.
El funeral fue también escenario de un inusual gesto de diplomacia internacional. En un breve pero simbólico encuentro dentro de la basílica, el expresidente estadounidense Donald Trump y el presidente ucraniano Volodimir Zelenski intercambiaron palabras. Según trascendió, conversaron sobre la necesidad de alcanzar una tregua total e incondicional, un destello de esperanza en un mundo asolado por los conflictos armados. Ambos líderes coincidieron en que el legado de Francisco, basado en el diálogo y la reconciliación, debe ser honrado con acciones concretas.
Desde las villas humildes de Buenos Aires, donde Jorge Mario Bergoglio inició su camino sacerdotal, hasta los estrechos callejones de Roma, millones lloraron su partida. Francisco será recordado como “el papa del pueblo”, “el pastor sencillo” que no temió abrazar a los marginados, besar las heridas del sufrimiento humano y caminar descalzo junto a los más pequeños de la Tierra. Su vida fue una luz que iluminó los rincones más oscuros del mundo, un faro de fe en tiempos de desesperanza.
Desde ayer domingo, Santa María La Mayor abrió sus puertas para que todos aquellos que deseen acercarse a su tumba puedan hacerlo, en silencio, en oración, o simplemente con una mirada agradecida. Miles de peregrinos emprendieron su viaje hacia Roma para rendirle un último homenaje y agradecerle por una vida entregada a servir a los demás.
Hoy el mundo está de luto, sí, pero también de gratitud infinita. Francisco no se ha ido del todo. Su voz permanece viva en cada acto de bondad, en cada clamor de justicia, en cada gesto de amor que, como él, busque transformar la historia con humildad y misericordia.