La noche del 13 de junio marcó un punto crítico: Israel lanzó una ofensiva sin precedentes —cargando contra más de 100 instalaciones nucleares, militares y de defensa iraníes— bajo la denominada “Operación Rising Lion”. En respuesta, Irán ejecutó la «Operación Promesa Verdadera III», disparando más de 150 misiles balísticos y decenas de drones hacia territorio israelí. El intercambio directo, por primera vez tan intensificado, arrojó decenas de muertos y heridos en ambos lados, además de causar daños en infraestructuras críticas. Varios edificios residenciales y depósitos petroleros fueron impactados, provocando fuego y caos urbano.
El primer ministro Netanyahu justificó el ataque contra Irán aludiendo a un peligro existencial, comparando al régimen iraní con ideologías totalitarias, y advirtió que habrá una expansión de los bombardeos. Por su parte, Irán amenazó con responder no solo a objetivos israelíes, sino también a fuerzas occidentales involucradas indirectamente, incluyendo bases estadounidenses y británicas. La capacidad defensiva israelí —con apoyo estadounidense para interceptar misiles— minimizó en parte los daños, aunque decenas de civiles resultaron afectados.
En el terreno diplomático, las conversaciones nucleares entre EE.UU. e Irán, previstas en Omán, fueron suspendidas tras el escalamiento militar. Países como Reino Unido, Francia e Irlanda urgieron a la de-escalada, ante el riesgo de una conflagración mayor que podría desencadenar una crisis energética global. Analistas advierten que, sin una estrategia clara de contención, esta confrontación podría extenderse a regiones vecinas y transformar la dinámica del golfo Pérsico y rutas comerciales clave.
El intercambio directo Irán-Israel deja al descubierto una peligrosa ruta de escalada con repercusiones mundiales. Tanto la retórica de “Teherán arderá” como las amenazas a intereses occidentales evidencian un entorno altamente volátil. La ciudadanía de ambos países sufre las consecuencias: muertos, heridos, infraestructura dañada y miedo generalizado. Sin embargo, no hay señales claras de que alguna parte esté dispuesta a retroceder. El futuro del conflicto dependerá de la intervención diplomática y la voluntad internacional para contener un enfrentamiento que amenaza con ampliarse.