Ciudad Maderas

El Rapacejo

San Luis Capital

Por: El Primo Feliciano

Los sanmarienses, como todos saben, son profundamente católicos. Basta ver las fiestas patronales para confirmarlo: una mezcla de devoción, tradición y comunidad que se replica no solo en la cabecera municipal, sino también en los barrios y las localidades más pequeñas. La religiosidad forma parte del pulso cotidiano de Santa María del Río, y los alcaldes en turno, sin importar su filiación, históricamente han sabido mantener una relación respetuosa y cordial con la Iglesia. Ahí están los ejemplos. Se recuerda con aprecio la relación que sostuvo el malogrado alcalde Emanuel Govea, quien incluso donó campanas a diversas capillas del municipio. Aquellos gestos, más allá de lo político, fortalecían el tejido social y eran una muestra de sensibilidad hacia las creencias de la gente. Por eso sorprende —y decepciona a muchos feligreses— el comportamiento de la actual alcaldesa, Isis Díaz, quien, según varias voces locales, ha optado por la confrontación antes que por el diálogo. En un municipio donde la fe está tan arraigada, esa postura no pasa inadvertida y ha generado un malestar silencioso, pero creciente, entre los creyentes. Hay que recordar que lo cortés no quita lo Cuauhtémoc, y que el respeto institucional hacia la Iglesia no significa rendirse ante ella. Una cosa es gobernar desde la visión de un partido que se autodefine como de izquierda, y otra muy distinta es cerrar los espacios de entendimiento con quienes representan una parte esencial de la comunidad. Al final, la política —como la fe— exige equilibrio. Ya lo dice el dicho: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre.”

En el corazón de este llamado “Pueblo Mágico”, donde debería respirarse historia, cultura y tradición, hoy se percibe un olor menos encantador: el de la basura acumulada. A un costado del jardín principal, frente a la imponente parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, se amontonan bolsas y cajas de desechos como si se tratara de un tiradero improvisado. El cuadro es desolador. El problema no es nuevo, pero sí cada vez más evidente. Lo preocupante es que, a unos pasos del basurero, se venden alimentos: un puesto ambulante y una taquería que, sin reparar demasiado, despachan tacos junto a un foco de infección. Nadie parece inmutarse; ni los comerciantes, ni las autoridades que presumen tener un municipio limpio y atractivo para el turismo. El discurso oficial habla de orden y de imagen, pero la realidad huele diferente. Se retiran vehículos mal estacionados —lo cual está bien—, pero se deja crecer la suciedad en pleno centro. ¿De qué sirve despejar calles si el visitante tropieza con montones de basura? La magia de un pueblo no se decreta con placas ni con campañas en redes; se construye con respeto a sus espacios públicos, con limpieza, con civismo. Mientras tanto, Santa María del Río se asoma al espejo y, en lugar de verse “mágico”, se descubre sucio, descuidado y con una herida abierta justo en su corazón: el abandono del sentido común. Pues no, no le ha merecido ni un solo comentario a la alcaldesa Isis Díaz el hecho denunciado por vecinos y automovilistas: los cobros ilegales en Ojo Caliente, a la vista de todos, como si se tratara de una costumbre local. Algunos habitantes de la zona han decidido que el atajo que atraviesa su comunidad es una mina de oro, y cobran “cuotas voluntarias” a los conductores que intentan evitar los embotellamientos cuando la carretera se bloquea por accidentes o vehículos descompuestos. El problema es que no hay nada de voluntario en el asunto. Si uno se niega a pagar, el paso se complica, las miradas se endurecen y la tensión crece. Lo más grave es que nadie parece poner orden. Ni la policía municipal, ni las autoridades de tránsito, ni mucho menos la presidencia. El silencio es cómodo.

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