Bien dicen que la chapuza acusa. La senadora Verónica Rodríguez recibió una mala noticia el día del amor y la amistad, quizás la peor de su efímera carrera política, el tribunal electoral del estado consideró suficientes los argumentos presentados por su oponente en la reciente elección por la dirigencia estatal del partido Acción Nacional y anuló el resultado. Incluso existe un plazo fatal, treinta días para subsanar las deficiencias cometidas en la sesión de la comisión permanente donde se resolvió que el procedimiento sería por el voto de los consejeros políticos estatales que no rebasan los cien integrantes. Al parecer esa posibilidad le resultaba más cómoda, porque a diferencia del padrón de militantes, su conformación no es un equivalente, los hay desde panistas de la vieja escuela, hasta burócratas de partido que hicieron todos los cursos que oferta el partido para llegar a la iluminación. Aquella noche del treinta de octubre la presidenta del partido realizó los acuerdos necesarios para forzar el mecanismo de elección que más le convenía, no importó lo burdo e infame de la situación, logró avasallar con la mayoría de los integrantes de la comisión de marras. El pleno validó las actas de los comités municipales que apoyaban el sistema de elección restringida. Con una pésima operación política obtuvo una victoria pírrica, aún y con las acusaciones de falsificación de documentos y firmas, el acuerdo se tomó sobre las rodillas y si acaso con un comité municipal de ventaja de los 50% + 1 que requieren los estatutos. Como diría mi abuelo: tanta flatulencia para defecar un líquido poco consistente y de hediondez alterada.
Lidia Argüello presentó batalla, muy al estilo panista, estoica, apeló a la dignidad panista, denunció la intimidación y el intento de coerción de votos, también la compra hostil de voluntades y la intromisión de agentes externos en el proceso electivo, concretamente acusó al alcalde y al gobernador de tratar de incidir en el resultado de la contienda. Apoyada por el grupo de Xavier Azuara Zúñiga, la retadora al trono se benefició de la circunstancia favorable pues, por lo general nadie pela al consejo estatal panista, debería ser el más importante pero no sucede así, la comisión permanente es quien puede validar cualquier acuerdo político. Sobre todo, la Comisión es muy útil en el previo de una elección constitucional porque puede aprobar listas de candidatos plurinominales y cualquier alianza con otros institutos políticos. Sin embargo, en lo que respecta a una elección de dirigente, el consejo político estatal resulta ser el gran elector, y ahí es donde a Lidia Argüello se le presentó la oportunidad de brillar, ha estado tanto tiempo en ese partido que la mujer sabe dónde están ocultos los pasajes secretos y los escondites. Su personalidad la vuelve una opción interesante, quizás más tendiente al estoicismo, pero de incuestionable honradez y dignidad. Además, la mujer tenía consejeros leales y sumados a los de Xavier Azuara ya eran una base sólida para aspirar a construir una opción viable. Solo necesitaban un financiero, y ese jicotillo apareció en la figura de Gerardo Sánchez Zumaya, compadre del diputado federal David Azuara Zúñiga -su compadre adorado.
A pesar de las expectativas y que los rumores hablaban de que el voto de un miserable consejero se estaba cotizando en más de cien mil pesos, Lidia no obtuvo más votos de los que ya traían al inicio en su alianza con los Azuara, así que eso de que el “tanquianero de Tanquián” blandía una chequera tan grande y robusta como lengua de marrano pareció ser sólo un mito. Los rumores ya estaban fuera de control, hasta un millón de pesos se llegó a maliciar que recibió algún consejero, no es una cantidad ridícula si se estima que de la posición política del liderazgo panista dependen una serie de acuerdos que se pueden multiplicar de manera exponencial. Ya en serio, ese asunto de las carretadas de dinero que trae el joven empresario Gerardo Sánchez Sumaya sonó muy bofo, o ya se le acabó, o ya se dio cuenta que los potosinos son muy interesados y sólo lo buscan por su poder adquisitivo. Tampoco es así como que a la gente les embelese estar escuchando el sonsonete de fresa huasteco mezclado con la reverberancia festiva del acento tabasqueño macuspano. La política de ahora ya se trata nada más de comprar, se compra para robar. El voto del marginal; el apoyo gremial; el elogio del medio de opinión independiente; el deportista o el artista que aceptan tomarse fotografías; el influencer con miles de seguidores que no sabe una mierda de política, pero es capaz de poner su cara de imbécil a cambio de una subvención. Hasta la esposa que simula un matrimonio feliz porque es más confiable -según los asesores en marketing- un candidato con familia perfecta.
El problema de Verónica Rodríguez es su mala memoria, olvida demasiado rápido para no sufrir, le gusta cerrar ciclos y comenzar de nuevo. Sin embargo, su incipiente carrera política tiene demasiados huecos, de lo poco que sabemos es que su ruptura con su creador Xavier Azuara fue producto del uso abusivo de adjetivos y las tonalidades estridentes de las conversaciones donde el mains planning se volvió cotidiano hasta que la insuficiente muestra de amor y cariño terminó con el respeto que debe haber en todo matrimonio político. Estos son más difíciles que los matrimonios de verdad, porque generalmente las personas -aunque ya no se quieran- se toleran por cosas como los niños, las mascotas, porque sumaron los puntos de Infonavit para comprar una casa a veinte años, o porque están tan rotos que no quieren volver a empezar, y como decía el poeta Alberto Aguilera: no cabe duda de que es verdad que la costumbre, es más fuerte que el amor. Los matrimonios políticos, o mejor les llamaré “las sociedades de conveniencia” -no se vaya a malinterpretar- son muy frágiles, porque perdiéndose la confianza y el respeto jamás se recuperan, la base de una buena sociedad es el respeto a los códigos ancestrales que rigen la complicidad. Ser cómplice es mucho más sagrado que la amistad o la hermandad, es ese vínculo que se crea cuando se ha sobrevivido un evento trágico, traumatizante, místico, eso que da origen a la asabiyah. Verónica se brincó varios escalones, apenas había dejado un modesto asiento en el cabildo municipal de la capital y ya estaba de dirigente estatal de un partido político, enseguida su ascenso meteórico al senado de la república. Ahora sí que no estaba lista, ni en el ajuar, hubo de darse una vuelta rápida al palacio de hierro.
Dicen que no es bueno jugarle al prestidigitador, pero, lo más probable es que al no estar en condiciones de repetir la maroma para repetir la elección por consejo, inevitablemente el proceso deberá ser por la participación directa del padrón de militantes, un universo aproximado de entre siete y ocho mil personas. Verónica nunca ha jugado y ganado una elección similar, al menos no desde el punto de vista del estratega. El proceso que la llevó a ostentar el cargo de líder panista por primera ocasión fue por obra y gracia de la dupla Xavier Azuara Zúñiga y el entonces presidente del comité directivo estatal Juan Francisco Aguilar. Las mismas circunstancias que llevaron a Verónica Rodríguez al senado de la república son las que la distanciaron de sus mentores y aliados panistas, se engolosinó y aceptó la comodidad de contar con un mecenas como el alcalde capitalino Enrique Galindo Ceballos, priísta de corazón y ahora sin partido por la expulsión que le promovió su antigua correligionaria la presidenta del revolucionario institucional Sara Rocha, por andar de coqueto en eventos panistas disfrazado de papá pitufo. Total, que esto ya es un congal, todos contra todos, viejos enemigos forzados a reunirse y antiguos socios rompiendo los lazos inquebrantables por codicia y necesidad. El mayor problema para la permanencia de Verónica son los operadores políticos, aún no ha logrado conformar un equipo de nivel, su séquito se compone de cabos y soldados rasos ascendidos a generales, la mayoría de ellos tan insignificantes que sería un desperdicio de espacio mencionar alguno.
Mi bola de cristal me permite avizorar que en torno a Lidia Argüello se concentra un equipo de viejos zorros y muy mañosos lobos, desde Héctor Mendizábal y hasta el resiliente Xavier Nava Palacios quién según trascendió ya fumó la pipa de la paz con los hermanos Azuara. Con Verónica se alinean lo que queda de los grupos del exgobernador Marcelo de los Santos y Alejandro Zapata, lo que traen Enrique Dahud y Mireya Vancini en la zona media, los empleados que sobrevivieron a los despidos en masa de panistas en el ayuntamiento capitalino y lo que pueda aportar el alcalde panista de Matehuala. Quién podría ser una -vez más- el fiel de la balanza, es el ex presidente del PAN Juan Francisco Aguilar, desdeñado por la dirigente e ignorado por el alcalde capitalino Enrique Galindo Ceballos. Allá tendrían que ir a buscarlo a la isla desierta donde fue abandonado cual Filoctetes. Bien dice la canción, la vida es una tómbola.
@gandhiantipatro