Por: El Jofrito
Vimos hace unos días al profesor Rubén Rodríguez, exalcalde de este municipio, en Santa María del Río, participando en la ceremonia de bienvenida a los estudiantes de la EDUCEM. Sin discursos políticos, sin buscar reflectores, simplemente acompañó a los directivos de ese campus en un acto académico. Y aun así, su sola presencia fue suficiente para remover comentarios y despertar resquemores entre quienes nunca lo quisieron ver en el poder. Lo cierto es que Rodríguez ha sabido mantener un perfil discreto tras dejar la administración municipal. No anda en giras, no aparece en portadas, ni se cuelga de temas coyunturales. Pero sus detractores insisten en recordarlo, quizá porque las obras realizadas en su gestión siguen ahí, tangibles, sin necesidad de propaganda: calles, servicios y proyectos que la gente no olvida. La paradoja es clara: mientras algunos buscan denostar su paso por la presidencia, son otros –los ciudadanos comunes– quienes reconocen lo que dejó hecho. Y en la política, eso pesa más que cualquier discurso de ocasión. Hoy, sin pretenderlo, el exalcalde se convierte en un referente involuntario: no porque aspire a regresar, sino porque en medio de administraciones que presumen lo poco, la comparación inevitablemente sale a flote.
El profesor Rubén Rodríguez no necesita defenderse ni aparecer; su legado lo defiende solo. Y quizá eso es lo que más incomoda a quienes quisieran verlo borrado de la memoria pública.
El pendón y el mensaje entre líneas.
A veces no hacen falta discursos ni comunicados para dejar las cosas claras. Ahí está el ejemplo: un pendón colocado justo antes de pasar el Arco de Bienvenida —o Arco Monumental, como le llaman oficialmente— en este Pueblo Mágico. El mensaje escrito es breve, pero contundente: “Este Arco Monumental es obra realizada por el Gobierno del Estado”. ¿La intención? Clarísima. Frenar cualquier intento de colgarse medallas ajenas. Porque, para que no haya confusión, este proyecto fue gestionado durante la administración municipal del profesor Rubén Rodríguez. Y aunque hoy algunos quieran acomodar la historia a su conveniencia, la manta no deja espacio para interpretaciones. La política tiene de esas jugadas silenciosas: un simple pendón puede decir más que un boletín oficial. Es un recordatorio de que los logros tienen nombre y apellido, y que no todo se vale a la hora de presumir resultados. El que entendió, entendió. Y quien no, pues que pase bajo el arco mirando hacia arriba, con la duda de si de verdad puede apropiarse de lo que otros ya dejaron hecho. Lo ocurrido días atrás en el ramal de la carretera 57 rumbo a la cabecera de Tierra Nueva no debe pasar desapercibido. Un retén, instalado en territorio potosino, documentado con fotos, mostraba a oficiales de la Guardia Nacional y, lo más delicado, a policías del vecino estado de Guanajuato deteniendo vehículos a diestra y siniestra. El punto: el entronque con el camino a El Fuerte, dentro de la demarcación de Santa María del Río. El hecho abre una discusión seria: ¿cómo es posible que corporaciones ajenas al estado operen con tal libertad en suelo potosino? Una de dos: o las autoridades de aquí no se dieron por enteradas o, de plano, les valió gorro. Más allá de tecnicismos, lo que está en juego es la soberanía y la dignidad institucional de San Luis Potosí. Nadie está en contra de la coordinación interestatal en materia de seguridad, al contrario, es necesaria. Pero esa cooperación debe estar regulada, planificada y, sobre todo, autorizada. No se vale que, bajo el pretexto de “vigilar”, se crucen límites sin aviso ni respeto. El silencio oficial frente a estos hechos resulta todavía más preocupante. Porque cuando se trata de proteger el territorio y los derechos de los ciudadanos, lo mínimo que se espera es una postura clara, firme y sin titubeos. En política, como en la vida, hay símbolos que pesan: y el permitir que fuerzas externas operen aquí, sin transparencia, manda un mensaje de debilidad. Y eso, simple y llanamente, está mal.