Una ola de manifestaciones denominada No Kings protestas se desarrolló este sábado en las 50 estados de los Estados Unidos, con más de 2 600 eventos organizados por colectivos progresistas y activistas que denunciaron lo que perciben como un avance autoritario de la administración Trump.
Los participantes exigieron protección de los derechos civiles, protestaron contra la militarización de ciudades, las deportaciones masivas y lo que consideran una consolidación excesiva del poder ejecutivo.
En ciudades como Chicago, los organizadores reportaron entre 100 000 y 250 000 asistentes, convirtiendo la protesta local en una de las más concurridas. En Houston, se estimaron entre 13 000 y 15 000 manifestantes, mientras que estados más pequeños registraron movilizaciones también significativas.
A pesar de la magnitud, los eventos se llevaron a cabo en su mayoría de forma pacífica y festiva, con música, disfraces, banderas y consignas que apelaban a la defensa de la democracia.
La reacción del gobierno de Trump y aliados republicanos no se hizo esperar. Por un lado, críticos describieron las protestas como “anti-americanas” o fomentadas por grupos radicales; por otro, desde las filas opositoras se consideró un desafío claro al estilo de gobierno de Trump, señalando que la manifestación podría marcar un punto de inflexión político. Este evento pone bajo luz roja la creciente polarización en EE.UU., y plantea interrogantes sobre cómo la administración responderá a uno de los días de protesta masiva más grandes de su mandato. La historia registrará si estas movilizaciones logran traducirse en cambios reales o si se diluyen en la rutina política habitual.












