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El 2 de octubre y el eco del ayer

El 2 de octubre no se olvida, y se conmemora año con año como el recuerdo de un país doliente, aún injusto, aún sangriento

San Luis Capital

Por: Martín Hernández Solano

El 2 de octubre de 1968 no se olvida. No sólo porque la memoria colectiva lo ha convertido en un símbolo, sino porque su significado se reescribe cada año a través de las nuevas generaciones que, con distintas banderas, siguen enfrentando un país que aún arrastra las mismas sombras: represión, impunidad y miedo.

Foto: Alondra Moreno

Aquella tarde en la Plaza de las Tres Culturas, el Estado mexicano mostró su rostro más autoritario: el de un poder dispuesto a silenciar con balas la voz de quienes exigían libertad y democracia. Lo que ocurrió en Tlatelolco no fue un acto aislado, sino el punto de quiebre de una generación que despertó frente a la violencia institucional. La sangre de los estudiantes marcó el inicio de una conciencia social que, aunque fragmentada con el tiempo, sigue latiendo en las calles.

Hoy, más de medio siglo después, los jóvenes se enfrentan a un país distinto pero con heridas similares. México vive un estado de horror: desaparecidos, feminicidios, inseguridad, desabasto y una desigualdad que se profundiza. Y, sin embargo, a pesar de la polarización que divide opiniones, ideologías y espacios, los jóvenes continúan encontrándose en un punto común: la indignación ante la injusticia. Las redes sociales, las marchas, los colectivos, las aulas y los espacios digitales se han convertido en nuevas plazas de Tlatelolco, donde se alza la voz sin miedo, aunque persista la amenaza de la represión.

Foto: Alondra Moreno

La memoria del 68 no sólo habita en los libros de historia ni en los monumentos conmemorativos; vive en las expresiones cotidianas de resistencia. En las pintas que reclaman justicia, en las consignas que llenan las calles, en los movimientos feministas, estudiantiles y ambientales que exigen un cambio real. El espíritu del 2 de octubre se mantiene vivo cada vez que un joven decide no callar ante la corrupción o la violencia, cada vez que una comunidad se organiza para exigir dignidad. La juventud, como en 1968, sigue siendo el corazón de la transformación social.

Sin embargo, también enfrentan un reto nuevo: el de la desinformación y la apatía inducida. En un entorno digital saturado de discursos vacíos, la lucha por la verdad se vuelve un acto de resistencia. La represión ya no sólo llega con armas, sino con la manipulación de la opinión pública, la criminalización del activismo y la indiferencia institucional. La batalla de los jóvenes de hoy es más compleja, pero también más global y articulada.

Foto: Alondra Moreno

Reflexionar sobre la represión no es mirar al pasado con nostalgia o dolor, sino reconocer su persistencia en nuevas formas: censura, criminalización, indiferencia. Y frente a eso, la memoria sigue siendo un acto político. Recordar el 2 de octubre es entender que la lucha por un país más justo no terminó, que cada estudiante desaparecido, cada voz silenciada, cada injusticia impune es parte del mismo eco que retumba desde 1968.

Porque mientras haya jóvenes que no se callen, el 2 de octubre no se olvida. Se reinventa. Se hace presente. Y en medio del horror, sigue siendo esperanza.

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