Por: El Primo Feliciano
Un informe sin pueblo y con muchos caprichos. En Santa María del Río, la rendición de cuentas quedó en segundo plano. El primer informe de la alcaldesa Isis Aydee Díaz Hernández no pasará a la historia por la claridad de los datos, la profundidad de sus resultados o el contacto con la ciudadanía, sino por haberse convertido en un acto de exclusión y de capricho político. Lo que debía ser un evento solemne, con respeto entre poderes y apertura hacia la sociedad, terminó reducido a una puesta en escena cerrada, controlada y sin espacio para el escrutinio público. La gran ausente, paradójicamente, fue la propia ciudadanía, aquella que debería ser la protagonista natural de todo informe de gobierno. La decisión de abandonar el Jardín Principal —lugar tradicional, abierto y accesible— para refugiarse en el salón privado Los Nogales, no es un simple detalle logístico. Es un mensaje político: cerrar la puerta al pueblo y abrirla únicamente a un público selecto, compuesto por funcionarios, invitados a modo y beneficiarios recientes de programas municipales. En otras palabras, un auditorio agradecido y complaciente.
La incongruencia es evidente. Morena insiste en proclamarse como el partido “del pueblo”, pero en Santa María del Río, al momento de rendir cuentas, prefirieron los muros de un salón privado antes que la plaza pública. ¿Dónde queda entonces la transparencia? ¿Dónde la cercanía que tanto presumen en los discursos?
El acto, calificado ya por muchos como un “capricho morenista”, desplazó no solo a la ciudadanía, sino también a las instituciones. Lo que debía ser un ejercicio de respeto entre poderes, terminó reducido a un acomodo político, con invitados elegidos más por conveniencia que por representatividad. La solemnidad que marca la ley se sustituyó por un espectáculo de egos y de alianzas internas.
La molestia en la población es comprensible: mientras se insiste en que “no hay recursos” para obras, servicios o proyectos comunitarios, sí los hubo para rentar un salón privado y montar un evento cerrado, diseñado para la foto oficial y para un aplauso controlado. El contraste no puede ser más evidente: austeridad para los ciudadanos, derroche para el poder.
En resumen, lo ocurrido en Santa María del Río confirma un patrón preocupante: cuando la rendición de cuentas se transforma en propaganda política, el pueblo deja de ser escuchado. Y en este caso, el mensaje fue claro: la alcaldesa prefirió el confort de un acto privado antes que enfrentar el legítimo escrutinio de quienes la eligieron.
La alcaldesa Díaz Hernández parece haber olvidado uno de los principios más repetidos en el discurso de su partido: la austeridad republicana. Mientras la propia presidenta Claudia Sheinbaum Pardo se esfuerza en dar ejemplo con un estilo de gobierno sobrio, cercano y sin excesos, en el municipio potosino la historia es otra: rentar salones privados, rodearse de invitados a modo y dar la espalda a la ciudadanía se volvió la norma. La pregunta es inevitable: ¿la austeridad republicana solo aplica para algunos, mientras otros pueden darse el lujo de interpretarla a conveniencia? Porque lo ocurrido con el informe de gobierno de Isis Díaz Hernández no fue un simple detalle de organización, sino un mensaje político claro. Un acto que debió ser público, austero y de rendición de cuentas se convirtió en un evento privado, con tintes de exclusividad y derroche. Si la bandera de Morena es gobernar con sencillez y transparencia, ¿por qué en Santa María del Río se insiste en la opacidad y en los caprichos? El contraste entre el discurso nacional y la práctica local no solo evidencia incongruencia, sino también un desgaste en la credibilidad de quienes, desde el poder, predican una cosa y hacen otra.
La austeridad no debería ser un traje a la medida de cada gobernante. O se practica de manera coherente, o termina convertida en un eslogan vacío, incapaz de convencer a una ciudadanía cada vez más crítica y consciente.













