La jornada del 14 de junio se transformó en un “Día de la Desobediencia” cuando millones de personas se unieron en más de 2,000 manifestaciones bajo el lema “No Kings”, cuestionando lo que consideran tendencias autoritarias en el segundo mandato de Donald Trump. Los eventos surgieron en coincidencia con el desfile militar por el 250º aniversario del Ejército de EE.UU. y el 79º cumpleaños del presidente, promoviendo críticas por el uso militar para fines ceremoniales.
En Nueva York, alrededor de 200,000 personas se congregaron en manifestaciones pacíficas, mientras que en Los Ángeles brotaron momentos tensos, con uso de gas lacrimógeno y enfrentamientos con la policía pese a que la mayoría de marchas se mantuvieran sin violencia. En Minneapolis y Salt Lake City, sucesos aislados que incluyeron disparos llevaron a cancelaciones preventivas, pero no lograron opacar el impacto nacional de las protestas.
Los manifestantes denunciaron el despliegue de tropas y el respaldo presidencial a operaciones migratorias como ICE, acciones vistas como señales de un poder excesivo concentrado en la Casa Blanca. Carteles con mensajes como “No Kings, No Trump” y “Democracy, Not Dynasty” expresaron el rechazo a lo que perciben como una deriva autoritaria, con comparaciones simbólicas entre Trump y monarcas absolutos.
Trump, por su parte, negó las acusaciones de estilo monárquico, defendiendo que aún debe “pasar por el infierno” para concretar sus políticas, y desestimó a los “No Kings” señalando que no siente ser un rey. Sin embargo, para muchos observadores, la magnitud del movimiento sugiere una preocupación genuina por los límites del poder ejecutivo bajo su liderazgo, generando un debate urgente sobre el futuro de la democracia estadounidense.